Sin embargo, también da cuenta de cómo la intervención policial, que en su naturaleza debería velar por la seguridad, se convierte en una amenaza que distorsiona el propósito pacífico de la marcha. Aquello que comenzó como un acto de libertad se transforma en un campo de batalla. Barricadas que en muchos casos se ven como una respuesta a la violencia institucional, se convierten en símbolos vacíos de resistencia frente a un aparato de control armado hasta los dientes. El uso de fuerza excesiva no es solo una cuestión de control, sino de miedo. El miedo de quienes temen perder el poder que tienen, el miedo a la expresión libre y legitima de la disidencia.
El uso de placas transparentes permite una lectura en capas, apelando a la memoria, la fragilidad y la superposición del dolor y la resistencia.
Inspirada en la reflexión de Susan Sontag en su libro “Ante el dolor de los demás”, la obra plantea una mirada crítica sobre cómo observamos y representamos la violencia. No busca estetizar el sufrimiento, sino crear un espacio de empatía activa, donde la imagen no es solo testimonio, sino también una llamada ética.























